Friday, January 30, 2015

El Centro del Universo

Soy yo. Por supuesto. Como dice una sabia amiga mía, "Cómo no me voy a querer, si he estado conmigo desde que nací." Soy la primera persona de la que estoy consciente cuando despierto y con la última que convivo cuando me duermo. Aún en mis sueños, allí estoy yo, siempre. La dichosa objetividad es un mito, porque sólo puedo observar, procesar, pensar, experimentar, desde los confines de mi cerebro. Me asalta la duda si lo que yo percibo como el color "rojo" es el mismo que alguien más, o yo interpreto la frecuencia de luz que emite el "rojo" como alguien más mira el "azul". No hay forma de saberlo.
Aprender a quererse uno mismo es una de las luchas de la vida, porque de tantas etiquetas que usamos para describirnos, muy pocas son cariñosas. Si le habláramos a otra persona como muchas veces nos tratamos a nosotros, pocas personas tendrían amigos. Los adjetivos a veces han germinado de las semillas plantadas por nuestros padres, quienes, aún con la mejor de las intenciones, a veces la cagaron. Decirle a un niño que es tal o cual cosa es armarles el corral dentro del que se moverán por mucho de su vida si no aprenden a saltarse la barda.
Pocas veces miro al espejo y no busco el defecto, cuando podría enfocarme en cualquier otra cosa. El barro en la punta de la nariz pesa más que el resto de la cara. Y así, somos nuestros compañeros de vida más cargosos. Si el centro de nuestro universo está dañado, todo lo demás sale de su gravedad. Dichos como "La caridad empieza en casa" también aplican para la propia persona. Incluso, el mandato toral de la religión de muchas personas es "Ama a tu prójimo, como a ti mismo." Si no me amo yo, cómo se lo voy a pasar a los demás.
Carecer de empatía es un reflejo de la necesidad de control, de perfección, de rigidez. Lo sé muy bien, empática no soy. Estoy aprendiendo. Porque tengo hijos a quienes amar y hacer sentirse amados. Por eso estoy siendo más compasiva conmigo misma. Más paciente. Más autoempática. Más cariñosa.
Y, también por eso, no se asusten si alguna vez, frente a un espejo, me escuchan cantar bajito: "¡Qué bonita soy, qué linda soy, cómo me quiero!" Los invito a unirse al coro. Su universo se los agradecerá.

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